octubre 12, 2008

Ideas en una libreta

Domingo. Once de la mañana. Sentada en las escaleras de la Catedral. Ya pasaron más de veinticuatro horas y aun estoy procesando. No he logrado dejar de pensar. Ayer logré dormir a la una y media. A los dos y cuarto me desperté. No volví a dormir.

En el Centro de Lima, a las once de la mañana de un domingo, me siento menos fuera de lugar que en la casa. La gente toma fotos. Se ríen. Cargan a sus hijos. La vida me rodea. Me mira de reojo. En la casa el aire se ha quedado estancado. La vida se ha pasmado y no la miro ni de reojo.

Una señora con hábito morado me pregunta dónde está la Plaza de Armas. Le dije que también la buscaba. Caminamos juntas en silencio. Ella entró a la Catedral. Yo me quedé en las escaleras. No sé si ella haya encontrado lo que buscaba. Yo sigo aquí y espero.

Piensa en las mil barreras que hemos roto. Pienso que antes he pensado que todacía se puede una más. Puede que sea la barrera del silencio la última.

Me duele la pierna. Mi cadera hace crack crack. No importa. He llegado al Santuario de Nuestra Señora de la Soledad. Está en reparación. Han organizado una venta de viandas profondos. La Iglesia de San Francisco está intacta. Las Catacumbas. Entrar hasta el centro de la tierra para ya no salir. Mejor correr y hacer volar a las palomas.

Siento frío, Siento una especie de acidez en la boca. Estoy ocupada. Soy funcional. Hablo, camino, cargo cosas, pregunto, grabo. Pero esa maldita acidez no se me quita. Me siento en el Parque de la Muralla. Gente, luz, de nuevo la vida.

septiembre 11, 2008

Debería estar bien...

Mi grito de gol de ayer ha sido un exorcismo. He gritado contra la mala onda y el pesimismo. He gritado contra una semana rara llena de tiempos muertos y sensaciones de vacío. He sido feliz gritando todo mi repertorio de lisuras en el estadio. Nadie me va quitar la sonrisa con la que salí luego de ver un gol arrebatado a la mala suerte, la mediocridad y el derrotismo. Los pincha globos no me van a encontrar hoy así que ni me busquen. La tengo clarísima: no hemos ganado nada concreto en el partido de ayer. Solamente un grito de euforia en miles de gargantas y una sensación de decencia deportiva que en otros deportes vemos siempre pero que en el fútbol extrañábamos.

El fútbol es un juego. Pero debe ser el juego más apasionante que se haya inventado. Noventa minutos en los que se pueden contar mil historias en las que no siempre el más fuerte tiene que ganar. Historias en la que un solo hombre puede emocionar a miles solo por ponerle un poco más de coraje a lo que hace. Ayer no dije una de esas frases horrendas y melosas de los comentaristas de canal 4 o 9. No pensé ni por un segundo que el empate tiene sabor a victoria. Simplemente sentí que la vida es tan fea, tan dura y tan complicada que noventa minutos de emoción y veinte segundos de alegría explosiva no pueden rechazarse.

Después de dos meses de no escribir ni una línea he decidido escribir. He decidido también empezar a ponerle más huevos a la vida. Porque en este momento siento que quiero correr como corrió ayer el Loco Vargas por la banda izquierda y rebelarme contra tanta monotonía y sacarme de encima la modorra. No pienso seguir mirando desde la banca cómo la vida la viven los otros mientras yo corro del trabajo a la universidad y a la cama sin ningún otro motor que cumplir con lo que TENGO que hacer.

Creo que voy a desintoxicarme del mal humor y del escepticismo. Voy a darme la oportunidad de que me digan monga por creer en cosas difíciles, por ver películas que terminan en el típico final feliz y por escuchar canciones pegajosas que prometen que todo te irá bien. La verdad últimamente la gente que se dice inteligente tiene esta onda de que hay que ser REALISTA. Y REALISTA significa vivir sin ninguna emoción por nada, renegando de todo y evitando cualquier experiencia no grata o trabajo interior. Nada de estarse analizando o pensando en ilusionarse con posibilidades de cosas poco factibles.

La verdad es que ya me ha dado reverenda flojera seguir todas esa indicaciones de la persona racional y exitosa. Me da la gana de dejarme soñar un poquito y pensar que a veces puede ser rico gritar Sí se puede en un estadio y realmente creerlo. Y dejar de pensar que la vida es solamente un conjunto de cosas que uno hace con el objetivo de conseguir otros objetivos que son recontra importantes para ser exitoso, platudo y respetado en la vida. Me provoca meterme a clases de baile, ir al teatro, a la playa a tirar piedritas y a nadar con los lobos de mar por no sé qué isla de la costa limeña.

Y quiero cagarme de risa en el micro, después de estar parada desde Primavera hasta la Brasil. Quiero hacerme la loca cuando sea 2 de septiembre y en mi cuenta queden treinta lucas y tenga que esperar la quincena comiendo pan con pan. Porque de vez en cuando debería estar bien ignorar las cosas que nos salen mal y enfocarnos en las cosas pequeñitas que nos pueden salir bien o que podemos disfrutar. Debería estar bien gritar un gol de la selección peruana y alegrarse porque disfrutamos del espectáculo. Así que como quiero que me resbale la mala onda, no pienso discutir con argumentos lógicos a los que se burlan del empate de ayer. Prefiero gastar mi tiempo comprometiéndome de nuevo a escribir. Porque, finalmente, debería estar bien hacer las cosas que a uno realmente le gustan.

julio 21, 2008

Reina y castillo de naipes


Estoy molesta con todos los hombres buenos que han pasado por mi vida. Odio recordar cada frase linda. Odio las flores que mandaron alguna vez. Odio los mensajitos. Odio las llamadas sin motivo, tarde en la noche. Odio a todos los que iban a buscarme a la universidad solamente para almorzar un ratito conmigo. O a los que me han dejado miles de mensajes de voz si es que no les contestaba el teléfono porque estaba molesta. Me siento totalmente estafada. Me han entrenado para reina y el mundo me ha tirado la cachetada correspondiente. Bájate de tu trono. Ha sido un fin de semana raro. Tres días seguidos de desilusión en dosis extremadamente altas.

A este punto, como otras veces, no estoy muy segura de seguir escribiendo. Pero me queman las yemas de los dedos. Me duelen los nudillos. Me duelen los ojos y me jode la cara. La cara de cojuda que tengo que poner en la oficina para que no todos sepan que me estoy derritiendo por adentro. Por eso seguir escribiendo parece la mejor opción. Porque como me acaba de decir alguien: no puedes pedir que paren el mundo para que te bajes. No puedes decir: sorry quiero llorar un rato sin que me jodan.

Y hoy quiero llorar sin que me jodan. Y quiero decirle al mundo que estoy cansada de creer en lo que no veo. Estoy cansada de no poder dormir. Estoy harta de tirar amor por todos lados, perdóname Enmanuel y tu Toda la vida, de dejar malditos besos enganchados. Toda la vida haciendo esfuerzos y cambiando. Mejorando, evolucionando, madurando. Quiero irme a la reverenda mierda y que nadie me joda. Quiero dejar de hacer mi trabajo. Quiero jalar todos los cursos de la universidad. Y ya advertí: que nadie me joda.

Que nadie me pregunte por él hoy. Que nadie me diga que todo va estar bien. No quiero ver nuestras fotos ni recoger los pedacitos de mi ilusión. No quiero pensar en excusas para sentirme mejor. El amor le da tanta vida a la vida que de pronto cuando te lo quiebran hay una serie de muertes colectivas. Se te muere por varios días la sonrisa y cuando la intentas te sale una mueca horrible. Se te muere el sueño, se te muere el hambre. Se te muere la paciencia, el buen humor, las ganas de hacer feliz a los otros.

El proceso de que te rompan el corazón es una secuencia de cosas que se mueren. Al final, claro está, tú no te mueres. Pero el camino para entender eso no siempre es recto. Das tantas vueltas en tu cama que parece que las nauseas, la acidez o la deshidratación te van a matar. De pronto puede ser un retortijón o uno de esos suspiros que terminarán inevitablemente en llanto con hipo. Pero de que piensas que te mueres lo piensas. Eso minutos irracionales en los que sientes claramente que tu corazón se está acelerando tanto que es un infarto seguro.

Pero no nos morimos y hoy pienso que quisiera morirme un ratito no más. Un segundito sentada en una nube, en esa paz libre de toda necesidad que nos vienen ofreciendo hace siglos. No es que tenga tendencias suicidas ni nada. Solo quiero un día fuera del circuito de trabajo y familia y vida social y todo. Para regresar a mi misma y dejar de berrear porque las cosas no son como yo quiero y porque él no me llama o no me manda mensajes. Ni me construye mi castillo de reina, ni me pone la corona que tantas veces dijo ver en mi cabeza aunque nadie más la viera.

Mi castillo de naipes. Todas las relaciones son castillos de naipes. Hay que moverse con mucho cuidado. Un ventarrón te puedo tirar todo abajo. Un mal movimiento. Un tropiezo. También puede pasar, como me dijo la misma persona de hace un rato, que empieces a sacar cartas. Y tu castillo se hace cada vez más chiquito. Al final, pensé yo, te quedas durmiendo al aire. Tienes frío. Y te despiertas sola, escuchando a Amy Winehouse repitiéndotelo.

mayo 27, 2008

Línea Curva

Quiero dejar de ser yo. Quisiera escoger un sabor de helado y no tener que probar mil cucharitas. No sé si soy incoherente o solamente inmadura. Me falta definir tantas cosas y a la vez creo que mi naturaleza es mantener cierta indefinición. ¿Es necesario tener las cosas claras para avanzar en la vida? ¿El instinto y la espontaneidad pueden ser un timón seguro?

A veces quisiera que dejara de ser importante ser coherente. El problema es que el resto del tiempo me lo paso tratando de serlo. ¿Tiene algún sentido? Espero que no. En estos días me pregunto muchas cosas. ¿Soy racista? No. Pero me aventuro a opinar sobre Tula Rodríguez y Javier Carmona y pensar que ella la hizo linda, para luego reírme de las parodias que hace la tele sobre ellos. No soy racista pero muchos de mis pensamientos lo son y me los callo. Amo al Perú pero me trenzaría en una pelea a puñetes con cualquier microbusero, cobrador de combi o funcionario público. Amo al Perú pero ruego irme lejos, interdiariamente. Amo al Perú pero odio el olor a orín de algunas calles; aborrezco las excusas y los casi con los que nos consolamos los peruanos; reniego de la informalidad y la encumbrada “cultura chicha”.

Sin embargo, he salido a las calles con la cara pintada con mi banderita de Perú a repudiar al dictador vivo. Y he cantado en el extranjero nuestro himno con genuina nostalgia y sentimiento de pertenencia. Y me he quedado conversando en una calle de Huancavelica con peruanos que me han conmovido y me han hecho sentirme orgullosa de haber nacido por aquí. El amor por un país tan quebrado y dolido es una incoherencia de nacimiento. Y esa marca me persigue y me la trato de quitar pero es indeleble.
Es importante ser coherente no por miedo a la contradicción sino por respeto a la lealtad. Tal vez la fórmula sea dejar de querer tantas cosas, dejar de querer abarcarlo todo, tenerlo todo. Dinero, éxito, reconocimiento, tiempo para vivir y divertirse, amor, silencios y música… Nunca dejamos de querer cosas no nos damos cuenta de que muchas veces pedimos cosas que están en orillas opuestas. No quiero hacer dieta ni vivir obsesionada con mi peso, pero soy capaz de dejar de ir a una reunión si todos mis jeans me sacan el rollito flotador. Maldigo a los que no tienen fuerza de voluntad pero acabo de comprar unos complementos dietéticos que dicen que te ayudan a quemar grasas.

Quiero ser un olmo y dar peras en primavera. Quiero ir al concierto acústico que den Rubén Blades, Amy Winehouse y Plácido Domingo. No quiero perderme cuando canten en un maravilloso trío cualquier canción de los Beatles. En mi celular conviven Menudo y Silvio Rodríguez y me niego a admitir que puedo tener gustos un poco incoherentes. A veces cierro los ojos a lo heterogéneo de mi ser. Todos somos la suma de nuestros lados opuestos.

Es difícil exigirse seguir una línea toda la vida. Creo que dejarnos llevar de vez en cuando por el instinto más que por la norma puede ser interesante. Puede ser peligroso y frustrante también algunas veces. Enamorarse es una buena forma de caminar en zigzag: dudar siempre, tener certezas, acertar y equivocarse. Es rico darse el tiempo y la libertad de equivocarse, es valiente saber reírse de eso. No tomarnos tan en serio, permitir más, restringir menos. Para amarlo he querido dejar de ser yo misma, por ejemplo. He buscado convencerlo con discursos coherentes; he pretendido no extrañarlo a los cinco minutos de que se ha ido; me he quedado sin argumentos para perdonarlo pero con demasiadas ganas de hacerlo. Desde que lo amo he tenido más valor para ser incoherente.

P.D: Valga la aclaración incoherente no significa advenedizo, ni oportunista ni tránsfuga. Según la Real Academia de la Lengua Española coherencia es: 1) Conexión, relación o unión de unas cosas con otras.2) Actitud lógica y consecuente con una posición anterior.

abril 15, 2008

SEÑALES DE HUMO

Me ha comido una vez más el silencio. He dejado en blanco muchos días este blog y me he divorciado de mis ideas para escribir. No tener computadora en mi mini casa ha sido una buena excusa. Mis arranques nocturnos de rabia escritora no han encontrado vehículo. O me he quedado pasmada tras mi renuncia al ministerio y mi regreso a la universidad. No lo sé. No se casi nada en los últimos días.

Renunciar a un lugar que más que un trabajo se había convertido en una cárcel no debería ser una experiencia traumática. Pero ponerte frente al desempleo una vez más, por decisión propia, siempre asusta. Buscar lo que quieres, seguir tu vocación, le dicen, es un proceso un poco autodestructivo. Avanzas y retrocedes, rechazas propuesta, cierras y abres puertas a velocidades de superhéroe. Pero te sientes chiquito, como el Ratón Pérez, que dicho sea de paso no estoy muy segura si es pariente de Speedy Gonzáles o son el mismo personaje. (Se agradecen aclaraciones)

Salir del ministerio fue sano pero peligroso, estoy de nuevo en la acera mirando los carros pasar y no logro subirme a ninguno. Estoy también en la universidad, con la consigna de acabar lo más pronto posible. Pero también con la idea de sacar provecho de los proyectos que me obligan a emprender. Escribir un libro, hacer una tesis, iniciar una campaña en los medios en contra del alcoholismo. Ya que tengo las balas debería empezar a disparar. Quizás logré cambiar la idea generalizada de que la universidad no sirve para nada.

O quizás me siga muriendo de miedo, en el silencio sin computadora ni Internet de mi casa. Sin escribir páginas del libro sobre César Hildebrandt que tanto entusiasma a mi profesor. Sin investigar sobre el control de los medios para mi tesis. Sin buscar elementos para denunciar a las empresas que llenan de alcohol la sierra del país, vendiendo productos no aptos para el consumo humano. Tal vez siga viendo, un día si y un día no, el juicio de Fujimori y leyendo libros sobre los crímenes de la Cantuta, como si en eso se me fuera la vida. Teniendo pesadillas con las cosas pendientes y los logros que no llegan. También soñando con los nueve estudiantes y el profesor que no sé qué vela cargan en mi entierro.

En estos días de borrascosa tranquilidad he querido escribir este post, aunque me empiezo a arrepentir por la incoherencia de mis frases. No veo un tema claro, no entiendo muy bien que he querido decirles. Tal vez solo he querido mandar mis señales de humo. Tal vez transportarme en estas letras me haga más sólida y real. ¿Será que siempre escribo para entenderme mejor?

marzo 14, 2008

HAZME UN LUGAR EN TU ALMOHADA



Yo tuve un sueño, pero no se parecía necesariamente al de Martin Luther King Jr. Tuve ese sueño ayer por la noche. Estaba en una cama tratando de dormir, evidentemente no era en mi casa porque recuerdo que me escondía entre las sábanas para que unas señoras que vendían joyas no me vieran. Se escondía conmigo M.A, el ex enamorado que mi familia nunca aceptó.

Antes de llegar ahí había estado en una especie de club campestre leyendo bajo un árbol, misma Alicia en El país de las maravillas. Un chico, yo sabía que era europeo porque en los sueños uno a veces puede ser omnisciente, se acercó con una canasta. Me asomé para ver que había dentro y me encontré cara a cara con dos perritos.
Un detalle que me llamó la atención fue que los perritos parecían animaciones en 3D; movían sus colitas a velocidades imposibles y babeaban en colores pastel. Eran realmente unos tiernos animalitos y parecían tener hambre. En ese momento noté que solo tenía a mano un poco de miga de pan.

El chico europeo me advirtió que no les diera de comer – ahora que recuerdo me parece que llegó con una niñita también – en todo caso, ambos me lo dijeron. Pero como suele pasarme en la vida real, me ganó la penita del momento y les di las migas de pan. La escena siguiente se está repitiendo en mi mente y me da vueltas como aspas de ventilador.

Los perritos se ahogaban mientras yo trataba de sacarles las migas de pan de la traquea con mis manos; los perritos eran muy pequeños y mis manos les hacían daño. Logré obligarlos a vomitar un poco pero en ese momento no recordaba cómo se hace la resucitación. Improvisé darles masajes en el corazón y soplarles en sus hocicos. Nada sirvió y tuve que ver a los dos perritos morir entre mis gigantes manos.

El sueño se interrumpió como en una edición por corte. En la siguiente escena ya estaba escondida bajo las sábanas de una cama extraña con M.A. Al parecer una de las señoras que vendía joyas era su mamá (a la que he visto muy pocas veces en mi vida como para recrear su rostro). El sueño estaba cargado de tristeza, yo abrazaba a M.A como tratando de sacarme de encima la horrible imagen de los perros muertos. Me sentía cargada de una tristeza que me cubría como brea caliente.

Me desperté con el desconcierto que muchas veces me ataca en las mañanas, la duda de siempre: ¿estoy dormida o despierta? Los sueños que te dejan en ese limbo de la realidad son angustiantes. Cuando lo que pasó fue lindo, entonces te decepciona saber que fue un sueño. Si lo que pasó fue horrible, la tristeza puede teñir una mañana cualquiera de gris. En mi caso, puedo pasarme todo un día perseguida por la sensación que me ha dejado un sueño. Puedo recordar de pronto mientras duermo a alguien a quien no veo y de quien no tengo noticias y pasarme el día con la nostalgia de esa persona en la que no pienso normalmente.

Mis sueños suelen estar relacionados a personas que conozco. Tengo un grupo de sueños recurrentes con mi colegio, por ejemplo. En muchos de ellos el protagonista es TP, mi querido infiltrado del periodismo y primer amor. Con TP he dormido en la puerta del colegio, he escapado hacia el legendario sótano del CIFO, huyendo de militares que nos disparan a matar. En esas aventuras oníricas TP y yo somos, a veces, niños otra vez. Los sueños del colegio son casi siempre dulces y nostálgicos, cargados de buena vibra.

M, mi enamorado más importante de la época escolar, con el que duré casi dos años, también anda bastante presente en mi actividad cerebral nocturna. En algunas temporadas de mi vida he llegado a soñar con él varias veces a la semana. M y yo hemos sido muy felices en el mundo de Morfeo. Hemos perdonado viejos rencores y saldado cuentas con besos prometedores. Aunque la mayoría de sueños que he tenido con M han estado basados en historias felices, siempre me he despertado con la sensación de frustración; no porque quiera volver con M o anhele un futuro para el nosotros que murió ya hace más de seis años, sino porque me duele que esa herida aun no esté cerrada, me jode no poder tenernos un cariño sano y un contacto esporádico pero significativo. En fin los sueños con M siempre me persiguen y presiento que lo seguirán haciendo.

Otro tema que me acosa es el embarazo. Me sueño embarazada, sueño a mis amigas embarazadas, sueño que ayudo a embarazadas y me regalan a sus bebés. No tengo ningún tipo de obsesión por tener hijos, sin embargo, he cargado la panza incontables veces. En este tipo de sueño, casi siempre está mi mamá – supongo que es porque ella siempre me bromea con los nietos – y casi nunca está Él. Casi siempre Él es el papá de mi futuro hijo pero no aparece en el momento de ir a la clínica.

Empiezo a considerar que tengo una excesiva actividad onírica. Me pregunto si es algún tipo de trastorno del sueño. La mayoría de personas a las que les pregunto por sus sueños no los recuerdan o son temas simples como que estaban corriendo, comiendo, bañándose en el mar. Mis sueños tienen casi siempre una trama complicada que entremezcla a personajes inconexos en la vida real. Mis sueños me obligan a despertar cargada de emociones, se empecinan en hacerme pensar y a veces traen consigo nostalgias olvidadas.

Hoy es el Día Mundial del Sueño. Me parece que es un buen día para escribir sobre mis obsesiones oníricas. A pesar de que no soy una persona soñadora, sueño mucho. Se que entienden a lo que me refiero. Mi mundo nocturno está plagado de elementos que son solo míos, de personas que conozco pero que adapto a los libretos que mi caprichosa psique inventa.

Nunca he creído que se puedan interpretar los sueños con un diccionario que devele elemento por elemento un significado oculto. Prefiero pensar que cuando duermo se despierta todo un universo en el que yo puedo ser ama y señora. Prefiero disfrutar de mis sueños y pesadillas como si fueran una segunda oportunidad de vivir lo que el tiempo real no me permite vivir.

febrero 21, 2008

HELLO STRANGER...se nos acabó el tiempo



Alguna vez pensé que era mi mejor amigo. Muchas veces asumí que me conocía mejor que nadie en el mundo. Hoy me doy cuenta de que tengo que decirle gracias y chau.
De todas las personas que se nos cruzan en la vida son pocas a las que les apostamos tanto. Yo aposté a que él sería mi amigo hasta las últimas consecuencias, mi cómplice, mi alma gemela y mi polo opuesto.

Nos conocimos en Internet hace siete años. Creo que fue en latinchat. Recuerdo que yo aun tenía la conexión telefónica y las cuentas que llegaban a mi casa eran espeluznantes. Coincidimos alguna vez en el salón de peruanos del chat y nos mudamos al Messenger al poco rato. Gastamos incontables horas nocturnas conversando de lo que fuera. Conectamos ideas como en un juego de ludo en el que todas las piezas encajaban inmediatamente con el extremo de la anterior. Hicimos click.

Creo que viéndolo en retrospectiva era obvio que no llegaríamos a ser una buena pareja. Nuestra complicidad era tan sutil y la química era tal, que la física terminaría por sobrar en algún momento. Yo al menos lo creía así, casi todo el tiempo. Él era más reacio a entenderlo o tenía más fe en un nosotros romántico. Tuvimos mil caídas y recaídas por esas rutas. Nos odiamos, nos gritamos, nos hicimos trizas, pero nunca nos dejamos ir.

Nunca fui lo suficientemente valiente para exponerme de lleno a tener una relación con él, pero siempre quise cultivar eso tan poco común que teníamos. Creo que en el fondo me moría de miedo de perderlo. La verdad es que probablemente lo perdí por ese miedo. Desde el día, si es que hubo uno muy específico, en que se “desenamoró” de mi, nada fue lo mismo. El gran interés por escucharme, aunque fuera la misma historia mil veces, desapareció. El tiempo que le sobraba y las horas de sueño que no le importaban empezaron a ser demasiado importantes. El cariño con que me escribía mensajes de texto o me llamaba para saber si estaba bien, mutó en secas charlas por Messenger, siempre apurados.

Lo que más me ha sorprendido es que haya ocurrido como todo el mundo esperaba que ocurriera. Mil veces me dijeron que mi amistad estaba basada en la expectativa de una relación amorosa, que sin eso no sobreviviría. Me negué a creerlo. Puse todo de mi parte para que no fuera así porque tuve siempre claro que yo a mi Ratón lo quería de otra forma, de otras mil formas. Lo cierto es que no fue suficiente. No quiero decir que esto sea su culpa, porque soy consciente de que tengo muchas culpas acumuladas en el pasado.

Solo quiero decir que me duele tener que decir adiós para no seguir con una pseudo amistad que solo se alimentaba de promesas incumplidas de vernos y algunas charlas cibernéticas. Decir adiós porque ya no quiere escuchar mis quejas sobre mi chamba o mis pésimas ideas sobre cómo solucionarlas. Ya no tiene ganas de trasnocharse por conversar conmigo o darle de comer a un gato callejero que nos deje con la lata de atún vacía y las ganas de darle un hogar. Porque nunca tendremos otro jueves loco de irnos al karaoke tardísimo para salir tempranísimo renegando porque no cantamos lo suficiente.

Al final se ha roto el pequeño hilo que aun nos unía. Dejar de hablarnos es, simplemente, cristalizar lo que ya era evidente. Nos hemos perdido, no somos amigos y no creo que vayamos a serlo. A pesar de ser la persona que más me ha entendido y a la que más verdades le he revelado, no logramos cruzar el charco. Fuiste todo muchas veces para mí. Hoy simplemente me quedo con todas las canciones que musicalizaron nuestra historia. Con Dos en la ciudad y Un vestido y un amor de Fito, con Every little thing she does is magic de The Police, y todas esas que cantamos a gritos en tu carro.
Hemos sido capaces de sacar adelante una gran historia y es evidente que nunca podré escribirla como debería ser escrita.

febrero 14, 2008

NOTAS DEL DÍA DE SAN VALENTÍN




* Creo que fue en el 97 que fui al bowling de Miraflores un catorce de febrero. Cuando íbamos a cruzar la pista, a eso de las seis de la tarde, nos tiraron globos desde un edificio alto que está sobre lo que ahora es el Café Z. Más tarde ese día, un amigo del grupo con el que paraba en esa época me pidió tiernamente que "fuera su enamorada". Le dije que no. El Día de San Valentín no garantizó amor para ninguno de los dos.

* Una vez alguien atravesó toda la ciudad con un auto en estado de coma, al que tuvimos que ponerle agua a penas llegó a mi casa, solo para sorprenderme con un perrito de peluche, al que bautizamos como Duster, una linda tarjeta y chocolates. El ritual habitual del catorce de febrero.

* Recibo las flores más lindas del mundo con una tarjeta que dice: "Feliz día de la amistad hija, te quiero, con mis dos puños, tu viejo". Debe haber sido en el 99.

* Fui a Larcomar. Participé en un concurso de parejas con mi enamorado. Teníamos unos cuantos meses juntos. Éramos escolares. Nos dieron unas pizarritas blancas y plumones. A la pregunta, ¿cuál fue la primera playa a la que fueron como pareja?, los competidores número uno respondieron: Máncora. Nosotros respondimos: Sombrillas, en la Costa Verde. Acertamos algunas respuestas, pero evidentemente no ganamos. Nos dieron una vela verde y un osito marrón. El osito me mira desde el mueble que está al costado de mi cama desde hace ocho años.

* No estoy segura en qué año fui a Campaneando, el programa que tenía Gianmarco en canal 9. En esa época era chevere ir ahí pero no le vi, ni le veo, lo romántico al asunto.

* Hoy he recibido al menos cinco saludos, con beso no requerido incluído, por el día de la amistad de personas que jamás había visto y que, al parecer, trabajan en el mismo piso que yo.

* Este año escucho Caminando por Rosario del disco El mundo cabe en una canción de Fito Paez. No hay buenas noticias, no hay flores ni prospecto de buenos planes. No quiero volver a perderme en el mar de globos y flores de a sol en Miraflores. Solo es un día más. Pero aunque no soy afanosa de celebrar el día de San Tontín, si creo que hay momentos en los que cae bien un pretexto para celebrar y engreir. Lo mejor de mi día ha sido el olor de mi café y mi pan con tortilla de hot dog. Aunque todo suele mejorar cuando salgo del trabajo con la seguridad de que lo voy a ver. En la casa, ver una pela, comer algo, dormirnos abrazados, con los teléfonos apagados, lejos del mundo.

febrero 06, 2008

CHAMBA ES CHAMBA


A las seis de la mañana todavía se pueden encontrar algunos postes de luz prendidos. Todavía no están seguros si es de día o de noche. A las seis de la mañana todos los días son iguales, las personas que corren en el parque son las mismas, con los mismos perros adormilados y las mismas mallas deportivas. A esa hora lo único que está fuera de lugar soy yo.

Hoy es el cuarto día que mi despertador suena a las cinco y media de la madrugada y me despierto pensando que me he equivocado porque todavía es de noche. Me arrastro hasta el baño, me arrastro hasta el closet para sacar cualquier trapo que ponerme encima, me arrastro por las escaleras y me arrastro por la calle, cinco cuadras hasta la avenida Salaverry.

Mientras me alejo de mi casita pienso en las mañanas ricas que he disfrutado cuando no tenía trabajo. Pienso en las mañanas ricas que disfrutaba cuando tuve mejores horarios. Pero también pienso en la frustración que sentía cuando no hacía nada. Me consuelo mientras me duermo apoyada en el panel de publicidad del paradero.

Me pregunto si las personas que aman su trabajo asumen mejor los sacrificios que este implica. Yo odio mi trabajo. Algunos días más que otros pero en líneas generales, no me gusta. Me pagan bien, digamos, para alguien que aun debe algunos cursos en la universidad. Me tratan bien, bueno casi todos. Pero no estoy en el lugar que siento me corresponde.

Estudio periodismo, quiero ser periodista y siento que es lo único que amo hacer en realidad. Sin embargo, trabajo en un ministerio. Hago notas de prensa en las que no puedo imprimir ni un poco de estilo ni información enriquecedora. Solo lo que interesa al sector, excluyamos las noticias negativas hacia el ministro, démosle facilidades a la prensa. No se en qué momento empecé a referirme a los periodista como “ellos”, cuando siempre sentí que yo era una.

¿No se pasan más lentas las horas cuando no te gusta lo que haces? ¿No da más hambre o ganas de comer el estar aburrido? Lo que más disfruto es salir de la oficina, ir a alguna comisión, prender mi grabadora y fingir que voy a hacer una nota informativa chévere. Pero al mismo tiempo me siento un bicho raro, trabajando entre los periodistas pero sin serlo totalmente. Mirándolos desde el otro lado del espejo.

Es difícil conseguir trabajo en el Perú. Me consta. Me he pasado muchos meses sin trabajar, yendo a entrevistas improductivas, sin plata y deprimida. No tener trabajo puede ser muy agotador. Las miles de horas pensando en las posibilidades, las llamadas a todos los conocidos que te pudieran ayudar, las interminables horas de insomnio haciendo presupuestos de aire.

PERIODISTA MINISTERIAL
Ser parte del equipo de prensa del ministerio de Salud y tenerle fobia a los hospitales es una ironía poco divertida. Que tu primera comisión sea en un pabellón de niños quemados es demasiado cruel. Aunque llevarles a esos niños que lloraban y pedían a su mamá unos cuentos fue lo más gratificante de la semana antepasada. Esa ilusión de que se puede ayudar a la gente puede darnos un empujón para seguir en un trabajo que, a veces no es tan gratificante como se quisiera.

Hoy pude salir de nuevo de comisión. Hoy dieron de alta a Richard Nina, sobreviviente del infame derrumbe de una pared en La Victoria. Hoy fui al hospital Dos de Mayo dispuesta a hacer mi labor de prensa oficial pero con todas las ganas de olvidarme del chaleco del Minsa y reportear libremente.

En esas andaba, entrevistando a Richard Nina y ordenando a la prensa para que no se arme un alboroto en plena sala de rehabilitación, cuando de repente me atropelló el moreno reportero del canal 5. Lo increíble del caso es que efectivamente se apellida Morocho el maleducado y agresivo periodista que me pasó por encima y respondió con agresiones cuando le pedí discretamente que continuara su entrevista afuera, como habíamos quedado con todos los otros canales.

La ira llegó a su punto máximo cuando este sujeto me empujó y amenazó con la infantil frase ya vas a ver. Preguntó mi nombre e inmediatamente llamó a alguien, me imagino que para acusarme. La triste escena me hizo sentir enajenada del periodismo una vez más en el día. Ya no por no estar en un medio o por no tener la libertad de escribir una historia. Me hizo sentir fuera del círculo de los periodistas que se deshumanizan y que creen que conseguir la nota para el noticiero de las diez justifica tratar mal a la gente, meterse a la mala o impedir que pacientes de un hospital sean atendidos.

Pero como siempre digo, el periodismo es mi vida. No lo puedo evitar. Pero lo que si puedo evitar es dejar de ser persona por ser periodista

enero 28, 2008

CUADRA 31



Vivo sola hace trece meses y veintitrés días. No fue algo muy planificado. Mi papá iba dejar la casa donde vivíamos por un departamento y yo pensé que se abría un camino para mí. Se lo dije y no le pareció nada raro. Si consigues algo bueno está bien. Me entusiasmé y me dediqué a llamar a todos los avisos del periódico para conseguir un sitio. No conseguí algo bueno pero decidí que ya no había regreso.

Los primeros tres meses fueron terroríficos. O al menos mi primera morada lo fue. Me mudé a un cuarto dentro del más lúgubre departamento de San Borja. Tenía una ventana grande y un closet de madera enormemente viejo, repleto de cajones y compartimentos. La vista desde mi tercer piso de la independencia daba a la psicodélica avenida Aviación.

Era la cuadra 31. Mi edificio tenía un color completamente imposible de identificar. Podría haber sido amarillo o blanco pero el smog se había ensañado de tal forma con él que quién sabe. Cuando llegué las paredes de mi cuarto eran verdes o eso creo recordar. Decidí pintarlas de azul y amarillo. Muy Boca Juniors ahora que lo pienso. Él trajo su escalera y yo pedí prestados unos rodillos, un par de tardes fueron suficientes para terminar.

No había mucho más. Cuatro paredes, una ventana y una puerta. Mi cama que comenzó a multiplicar su tamaño ante la soledad. Mis ceniceros limpios. Mi tele sobre el escritorio. Llegué a sentir que me decía que no vuelva a escribir. Mis libros en maletas, mi ropa en cajas. El ruido de la avenida que me despertaba todos los días, a eso de las seis de la mañana. El cobrador con una voz envidiablemente potente y sus rutas increíblemente largas.

Tenía cuatro compañeros de departamento. La número uno tenía el cuarto más cercano a la puerta. Era una chica de unos veinticinco años, alta, delgada y de cabello negro y largo. Una especie de Sarita Colonia fashion, que va al gimnasio y toma batidos quema grasas. Estoy casi segura de que no intercambié más de cinco palabras con ella. Dos de las cuales fueron reclamos suyos ante mis intentos de darle un olor agradable al departamento. Era alérgica a todos los desodorantes de ambiente. Resultó que lo de Sarita podía ser un buen apodo pero sin Colonia.

El del cuarto número tres—el dos estaba desocupado—era un señor de unos setenta años. La casera me había comentado que era su persona de confianza en el departamento y que vivía ahí desde hace seis o siete años. No tenía familia conocida, al menos no por ella, y se llevaba muy bien con todos los inquilinos. Su presencia me perturbó un poco. Era un tipo que andaba bastante desaliñado y siempre con una media sonrisa que no me generaba confianza. Su cuarto era el resumen del mercado central. Lo sé porque las cosas se desbordaban de tal manera que solo cerraba su puerta para dormir. Logré ver que tenía un closet de esos de plástico, una mesa plegable blanca, dos mesitas de noche, una cama pequeña tipo Comodoy, afiches y fotos que cubrían casi todas las paredes y múltiples objetos no identificados regados por el piso.
Siempre me saludaba, el señor solitario: Buenos días señorita. Y la sonrisa medio chueca que me ponía nerviosa.

En el cuarto número cuatro vivía el hobbit musculoso. Creo que se llamaba Renato y tenía unos veintitantos años. Su ventana estaba al lado izquierdo de la mía y el aire siempre se encargaba de traerme sus nubes verdes y olorosas. Sufría de severos ataques de risa y siempre tenía los ojos como quien se acaba de despertar. Solíamos cruzarnos camino al baño. Yo tenía mi baño personal. Él lo compartía con el señor del tres.

Mi baño personal, elemento básico de la dignidad humana, tenía una ducha eléctrica. Yo, la verdad, nunca había usado una. La casera me explicó cómo usarla y yo creo que debí tomar nota. La tercera o cuarta vez que trate de bañarme en mi súper baño personal intenté, dentro de la ducha y totalmente mojada como es evidente, cerrar un poco el agua caliente. Me pasó una carga eléctrica que casi me bota al piso. Lo juro, me dolió de alma. El siguiente incidente fue más simpático. Ya aleccionada por la carga eléctrica, ya veo porque la usan los torturadores, fui muy cuidadosa todas las veces que me bañaba y procuraba no tocar nada y mantenerme al centro de la ducha y moverme lo mínimo. Sin embargo, un día la chúcara ducha decidió explotar sobre mi cabeza sin motivo ni razón.

Sé que los que me conocen deben estar pensando que algo hice yo para que eso ocurriera. No hice nada, el aparato simplemente sonó fuerte, empezó a chispear y luego humo con olor a plástico quemado. No se si eso califica como explosión pero yo me asusté como si lo fuera. Tanto me asusté que salí corriendo del baño, mojada y calata, como Pedro por su casa. Solo que esta casa la compartía con unos Pedros que eran unos reverendos extraños. Mi compañero de casa, el hobbit musculoso, hizo el ademán de no ver. Estoy segura que me vio y que esa imagen lo hizo reír muchas veces en tardes aburridas.


No contenta con pasearme calata, mojada y creo que gritando por el departamento más lúgubre de San Borja. Un día decidí ir al baño, en pijama veraniega y sin zapatos, y dejar la llave del cuarto dentro. Felizmente, había sacado mi celular. Pero como yo soy yo, no tenía línea. Estaba en el baño del departamento con mi cuarto cerrado con llave, sin la llave, en pijama, sin zapatos, sin plata y sin línea. No me quedó más que esperar. Esperar que alguien me llame y poder pedir auxilio. La verdad se me caía la cara de vergüenza para pedir ayuda a alguno de mis vecinos.

Ya tenía una media hora en el baño cuando me llamó mi buen amigo el Ratón. Creo que tuvo el buen tino de no burlarse de mi historia y llamó a mi papá para visarle que su avispada hija estaba en problemas. Una hora después llegó mi papá con un cerrajero al que casi había secuestrado, porque un domingo en la mañana hasta los cerrajeros quieren descansar. El señor hizo su trabajo pero con demasiada conversación del tipo Señorita no debería salir así no más sin llave o mejor aún la típica frase Por eso no debe vivir sola pues señorita, es peligroso.

He escuchado mil veces frases de ese tipo. He tenido mil problemas viviendo sola. He sufrido para pagar recibos y cuentas. He pedido plata prestada. He almorzado canchita. He perdido incontables juegos de llaves, me he quedado en la calle. He hablado sola o con algún cantante, actor o periodista de la televisión. He disfrutado escuchando música a todo volumen, bailando cantando y haciendo las mímicas respectivas con el desodorante como micrófono.

He sido y soy feliz viviendo sola. Quiero mucho a mi mamá y a mi papá. Creo que ellos me quieren mucho también. Por eso no entiendo porqué la gente me pregunta con una mezcla de pena y preocupación: ¿Por qué vives sola? Vivo sola porque lo decidí, porque a pesar de los problemas lo he podido llevar a cabo. He pensado mucho en porqué vivo sola y la verdad no encontré ninguna explicación profunda.

Mientras escribía escuché muchas veces a Fito cantar Naturaleza Sangre, me pareció una buena canción para estar sola.

enero 24, 2008

Espacios vacíos



No se si es una muestra de poca madurez o de sensiblería pero aun no puedo contener las lágrimas en el trabajo. Cada vez que algo muy triste pasa y estoy en la oficina tengo que correr al baño, como en la peor novela venezolana, y encerrarme en un cubículo por varios minutos repitiéndome que todo está bien. Eso solo para luego salir con los ojos rojos y la cara de mapache atropellado, a recibir la indeseable compasión visual desde los demás escritorios.

Estoy cansada de eso. Hoy escribí un mail en el que repetía esa frase mil veces. Bueno unas cinco. El asunto es que estoy cansada de muchas cosas, pero sobre todo de estar sola. Estar sola en sentido figurado, en sentido intelectual, en el sentido más hondo de la frase. Alguna vez tuve personas en mi vida que consideraba compañía. Ya no están, las perdí, se fueron, no lo se.

Cuántas veces me he quedado esperando algo o a alguien, con el celular con línea abierta o el teléfono generoso de la oficina a disposición, y no he podido hacer ninguna llamada. No tener a nadie a quien llamar solo por llamar, por conversar, por intercambiar palabras y algunos comentarios graciosos. No poder contar con nadie cuando se quiere ir al cinematógrafo o a tomar un café y conversar. Aceptar que si no hay trago tu capacidad de convocatoria se reduce.

Estar sola y saberse sola. Pensar que las personas a las que puedes llamar se van a cansar de escucharte porque siempre cuentas lo mismo. Tener la certeza de que no van a ser capaces de cambiar el tema y hacer que te intereses en otra cosa que en tu súper tragedia personal. O lo peor de todo: tener roche. Si sientes roche de llamar y pedir auxilio es que estás completamente solo. Estoy completamente sola.

Las buenas conversaciones que he tenido últimamente han sido con amigos prestados. Amigos de otras personas con los que he coincidido y he logrado elaborar una charla amena y constructiva. Pero los amigos prestados difícilmente pueden volverse nuestros amigos. Generalmente son amigos del enamorado y cuando peleas con él o terminas, olvídate de ellos. Ni tendrás cara para llamarlos ni ellos querrán contestarte.

Los amigos prestados son una ilusión óptica. Te dan la misma sensación que estacionarle el carro a tu amigo. Unos minutos de satisfacción con algo que no es tuyo. Al final sigues solo. O yo sigo sola porque le escribo a lectores imaginarios. Estoy sola porque no me dedico a lo que creo que me apasiona. Estoy sola porque mi Flaca está en París. Porque mi horario de chamba me obliga a estarlo. Porque mi otra Flaca trabaja y tiene novio. Porque a él ya no se si puedo hablarle.

Y me hacen falta las chicas que tomaron todos los tragos de una mesa y los guardaron en una botella que aun tengo. El Ratón cuando era mi amigo y podíamos conversar toda la madrugada escuchando música en su carro. Y echo de menos también a esas personas a las que no les di mucho espacio, a los que no llegué a conocer, a los que perdí sin darme cuenta en el camino.

Se que es injusto decir lo que digo. Se que hay muchas otras personas a las que suelo recurrir, que han estado ahí o están. Pero en este momento, en esta oficina y frente a esta computadora, me siento horrible y existencialmente sola. Me ha regresado esa sensación que me atacaba en tercero de secundaria, la enfermedad del adolescente, el “Nadie me entiende”.

Hoy solo quiero salir del trabajo, recibir una llamada y una invitación a tomar un café o comer algo. Quiero conversar sobre alguna película, sobre un libro, sobre una pelea familiar. Quiero sentirme bien de ser yo y repetir mis mismos comentarios y anécdotas del cole. Hoy no quiero ver tele. Quiero, hoy más que nunca, compartir un cd con alguien y comentar una canción, por más tonta que sea.

Tener novio, enamorado o esposo no quita este tipo de soledad. Tener alguien que te espere a la salida del trabajo solo quita la soledad físicamente. Uno puede estar muy solo en pareja. Son etapas, evidentemente. Momentos en los que las conversaciones muy profundas no vienen al caso o pueden cansar. El novio es amigo, o al menos debería serlo. Pero es amigo y parte. No puedes hablar con él sobre él y muchas veces tampoco sobre las cosas de pareja. Muchas veces no puedes hablar de algunos otros temas. Lo mismo pasa con la familia o al menos con la mía. Por más confianza que se tenga papá o mamá hay temas que no vienen al caso cuando conversamos con ellos.

La institución del amigo es por eso demandante y demandada. Es jodido ser un buen amigo, cuesta tiempo y paciencia. Es más jodido aun encontrar amigos, poner confianza en ellos, crear recuerdos y anécdotas. Es jodido saber que dependemos de la gente, en última instancia. La soledad es confortable, relajante, gratificante. La soledad es también, fría, silenciosa y amenazante.

Las personas somos difíciles y no siempre vamos hacia lo que queremos. Siento que no hago ningún esfuerzo por dejar de estar sola. No he pedido auxilio, no he llamado a mis incondicionales. No he querido más que escribir esto. Escribir en diez minutos una página, mordiéndome la boca para no hacer roche ni meterme mi lagrimón.

enero 15, 2008

Sola Mente Cine



Ayer debe haber sido la quinta o sexta vez que digo que voy a ir al cine con alguien y voy sola. Algunas veces no lo he hecho adrede. Simplemente he tenido ganas de ir al cine, he considerado pasarle la voz a alguien y al final no he logrado hacer coincidir los horarios o los gustos. Es difícil coincidir en horarios cuando sales de trabajar a las diez de la noche. En cuanto a los gustos, hay días en los que puedo ser muy complaciente y ver cualquier película solo por el hecho de ir al cine. Ir al cine, sentarme frente a una pantalla grandota, sentirme chiquita y deslumbrada. Tener mi canchita gigante que sé que puedo rellenar si me da la glotonería. Me encanta esa sensación de saber que por dos horas puedo apagar mi celular sin remordimientos y no preocuparme de nada más que de los que les pase a los personajes de la película. El placer de ir al cine está entre mis necesidades primarias.

Pero el punto era otro. El punto era que ya van unas cinco o seis veces que voy al cine sola diciendo que voy a ir con alguien. No se si es roche de que la gente sepa que no tengo con quien ir. No se si pretendo hacerme la interesante. Ayer fui sola al cine. Salí del trabajo a las diez y tomé un taxi. Para colmo fui al cine que está a dos cuadras de su casa. Él estaba ahí con un amigo, aprovechando las vacaciones para tomar un lunes. Me sentí un poco ridícula diciéndole que me iba con una amiga del cole, que estaba coordinando la hora, que le avisaba más tarde. Lo único que estaba coordinando era mi fuga rápida del trabajo para llegar a la función de las 10:10.

Cuando llegué al cine la película que quería ver ya había empezado. Además, pensé que ya que era la única aparentemente buena de la cartelera la podría dejar para verla con él. Así que me puse a ver el resto de la cartelera. Deseché la mayoría de películas que quedaban porque eran de terror. Soy altamente miedosa, propensa a caer en todos los trucos cinematográficos utilizados para asustar. Lo peor es que me gusta. Solía ver en el cine todas las películas japonesas que tuvieran en su trama espíritus rencorosos o casas embrujadas. Pero acompañada. Nunca se me ocurriría ir a ver una película de terror sola. Así que solo me quedaron una película de un tesoro escondido y una de título enigmático, 1408.

Miré rápido los afiches y no aparecía. No recordaba haber visto ningún trailer ni publicidad televisiva. Decidí que iría a ver 1408. Podría ser una película de época o de romance. Lo malo es que cuando faltaba poquito para llegar a la ventanilla me puse a pensar seriamente si el nombre de la película era catorce cero ocho o mil cuatrocientos ocho. Era importante saber porque de eso dependería lo que le diría a la cajera cuando comprara mi entrada. En los veinte segundos que pasaron entre mi pensamiento y mi llegada a la ventanilla no pude descifrarlo. La escena fue la siguiente:

Yo: Una entrada por favor - Deslicé mi ticket de entrada por tres soles que gané con mi super tarjeta Premiun.
Cajera: ¿Para qué película?
Yo: Mil cuatrocientos ocho.
Cajera: Risas - Le comenta a su compañera – Me dijo mil cuatrocientos ocho y yo lo estaba escribiendo en la computadora, pero se refería a la película.

Evidentemente no me dio risa. Me sentí tonta. Pagué de mala gana, puse cara de palo y entré al cine. Paré a comprar mis implementos cinéfilos. Canchita gigante y gaseosa pequeña. Me sentí contenta de nuevo, caminando hacia la sala aunque fuera a ver una película que no sabía de qué se trataba. El siguiente momento vergonzoso estaba a la vista. Cómo tenía las manos ocupadas no saqué el ticket de la entrada y apelé a mi memoria. Es en la sala dos. Abrí la puerta con dificultad y entré a la sala ya oscura. No sabía de qué se trataba mi película pero estaba segura de que no era en español. Salí caminando lentamente. Creo que me puse roja. Tuve que apoyar mi super canchita en el piso para poder sacar la entrada. Sala cuatro. Por fin me senté en esa maravillosa butaca y empecé a comer mi canchita colmada de sal amarilla.

El primer personaje que apareció fue John Cusak. En ese momento entendí que era una película light, de esas comedias semi románticas o de situaciones de parejas. Del tipo de historia en la que al final los protagonistas se quedan juntos y sales con una sonrisa medio monga en la cara. Me acurruqué en mi asiento. A los pocos minutos la historia empezó a complicarse porque el personaje de Cusak resultó ser un escritor dedicado a las historias de terror. Empecé a repetirme que John Cusak no puede dar miedo. Tal vez era una parodia de las películas de terror. No lo era. Era una película de un suspenso terrorífico. No puedo decir que era buena. Solo diré que me asusté. Me tapé la cara un par de veces. Boté un poco de canchita. Miré con envidia a la chica que abrazaba a su enamorado en las escenas más fuertes. Insisto en que no puedo hacer una crítica de la película porque estuve muy tensa para apreciar el guión o la fotografía. Supongo que ése era el objetivo.

Creo que será la última vez que vaya al cine sin saber qué voy a ver. Especialmente cuando voy sola. También espero que sea la última vez que miento sobre eso. Me gusta ir sola al cine. Pero no me gusta salir asustada de una sala oscura a tomar un taxo igual de oscuro y llegar solita a mi casa.
P.D: Él me invitó al cine hoy. Vimos La Lista Negra. Los dos coincidimos en que era buena pero no nos apasionó. Caminamos hablando de la película hasta la avenida a tomar el taxi e ir a casa. Me encanta el cine.

enero 14, 2008

Corte del lazo

Catorce de enero. Creé este blog. Me peleé con las plantillas. No amo el rosado, solo no se cómo cuernos cambiarlo. Cada vez que trato de entrar me dicen que mi usuario no existe. Mi blog tiene veinte minutos de nacido y ya pienso en abortarlo. Me llamas. Te pregunto si sabes algo de blogs. Tú sabes mucho de cosas de computadoras, yo soy analfabeta funcional en la era electrónica. Me ofreces un fin de semana en tu isla. Con la compu y el internet para implementar mi blog y que tu puedas jugar Fifa. Renuevo mi ilusión en este blog. Quiero que me lean. No me da vergüenza decirlo. También sería paja tener comentarios.
Desde la oficina, hambrienta y cansada, declaro inaugurado mi blog.