enero 12, 2010

Ya te extraño


Llegaste en mis brazos, dentro de una jaula de metal adornada con plásticos de colores. Antes de traerte a casa había ido unas tres veces a la veterinaria a hacer preguntas. Eso mientras convencía a tu papi de que era buena idea tenerte. No sé qué argumentos utilicé en ese momento. Te necesitaba. Pasaba por uno de esos momentos horribles de vacío. Había reservado matrícula en la universidad porque quería dedicarme de lleno a mi trabajo en un programa de televisión. Y al poco de dejar la universidad también tuve que dejar ese trabajo. Gajes del oficio, le dicen. Yo le digo una mala decisión o un mal jefe, da igual. Estaba sola en casa, sin trabajo, sin clases, llena de angustias. Y en un rapto de egoísmo decidí que tú sería mi salvavidas.
La primera vez que te puse sobre la palma de mi mano no llegabas a ocuparla por completo. Eras pequeñito y peludo como uno de esos coletes para el pelo que estaban de moda en los 90s. Te movías muy rápido. Tuve miedo de perderte de vista y te devolví a tu jaula. Tenías una de esas típicas ruedas de hámster. Eras tan pequeñito que te costaba hacerla girar. Puse tu jaula al lado de mi cama para observar cada uno de tus movimientos. Me preocupaba que no encontraras tu comida o que te resultara difícil tomar el agua del bebedero que funcionaba como un biberón. Traté de darte agua en la boca como un bebé pero aun me tenías miedo y rechazaste con tus manitas. Tus ojos eran grandes y negros.
Busqué información en Internet para poder cuidarte mejor. Leí que sueles ser más activo por las noches y que comes casi todo tipo de semillas, especialmente las de girasol. Que debía poner viruta en tu jaula y que no se te baña como a los perros. "Los hámsteres tienen un proceso de acicalamiento a través del cual se limpian". Eso debe ser lo que hacías cuando con tus manitas de cinco dedos te sobabas a toda velocidad la nariz rosada y diminuta. Creciste rápido. Todo el que te veía decía que eras un cuy. Fuiste el Cuy Mágico, fuiste Fuerza G, fuiste hámster Marley.
Al principio te dejaba libre. Te soltaba para que pasees por la casa (32 metros cuadrados de diversión). Te comiste los puños de dos de mis polos preferidos. Dejaste semillas sobre mi ropa interior. Mordisqueaste a muerte mis medias. Los paseos al aire libre terminaron y te compré tu bola transparente. Fuiste el niño de la burbuja. Aprendiste a escapar de tu burbuja y tuve que seguir sacándote de mis cajones de ropa.
Cuando cumpliste un año lo celebramos con nuestros amigos. Te cantamos Sapo Verde y soplamos una velita contigo (por ti). Cuando cumpliste dos años creí que eras de esos casos raros de hámsteres que viven hasta los cinco años. Te veía jugar en tu jaula nueva, modelo espacial, llena de túneles, que te habíamos comprado. Todos los días le decía a tu papi: "Efraín está vivo". Nunca habías estado enfermo, nunca creí que lo estarías.
Un día, casi de la nada, todo se puso feo. Estabas enfermo y, por suerte, yo estaba de vacaciones. Me dediqué un mes y medio a cuidarte. Te llevé al veterinario una vez a la semana, limpié tu jaula a diario, te di tus pastillas, curé tu piel. Te vi mejorar, te vi recaer. Nunca te vi sufrir, ni dejar de jugar y comer tus semillas de girasol. Cuando nos tuvimos que decir adiós te dije: "Gracias".

Extraño tus ruiditos nocturnos, extraño tu nariz rosada, diminuta. Tus bigotes veloces y tus orejas redondas. Extraño darte de comer a través de las rejas y que te escapes y aparezcas en mi cajón.
Ahora, vas a ir conmigo a todos lados. Y en la tierra donde tú estás dormidito sembraré un girasol. Nunca he sembrado nada pero lo prometo.